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lunes, 16 de febrero de 2009

My girl

Imagino que sería un día de 1991 o 1992 aquel en el que estaba yo de visita en casa de mis tíos y llegó mi prima Zule que volvía del cine con una amiga. Habían visto Mi chica y cuando les preguntaron si les había gustado, mi prima contestó que la peli era muy bonita pero también muy triste. Yo ya la conocía por algún anuncio y tenía mucho interés en ella, pero la expresión facial de mi prima, una mezcla entre placer y añoranza, exacerbó aún más mi curiosidad y recuerdo la sensación que experimenté de envidia y de inaccesibilidad. Era demasiado pequeña y sabía que tardaría un tiempo en poder verla.

Y no me equivocaba. El VHS tendría que convertirse en accesible para mí antes de que aquel día, años después, camino de casa de otra de mis tías, pudiera pedirle a mi madre que nos alquilara la película en un videoclub y así pudiéramos verla mi hermana, mi prima, ella y yo.

Así es como accedí por fin a My girl, la cinta que iba a convertirse en un referente continuo para mí. Por lo intensamente que me hizo sentir -casi se nos seca el lagrimal a causa de las seis veces que la vimos mientras la teníamos alquilada-, por su banda sonora -el primer CD que me compré-, por ese adorable nerd que interpreta el malogrado Macaulay Culkin -nunca ha interpretado un papel que me haya llegado tanto como el pequeño Thomas-, por la compleja sencillez de la trama, que narra con toda la naturalidad y crudeza el fin de la infancia de una niña en Pennsylvania en 1972 y de manera especial por su personaje protagonista, esa Vada Sultenfuss lista y resabiada -capaz de pronunciar frases del estilo de “Sólo me rodeo de personas a las que encuentro intelectualmente estimulantes”- y al mismo tiempo frágil y desvalida, perdida en un mundo que no entiende y que no encaja con su inocente lógica.