martes, 21 de octubre de 2008

La soledad de la orquídea


La segunda orquídea se quedó en la cajita que Renato le llevaba a la estación de tren como regalo de despedida, ya que la primera se había quedado flotando a su suerte en el Canal. Que aquella flor comprada a una anciana entrañable mientras escuchaban música en la terraza de un café no pudiera volver a sus manos debió dejarle claro lo que iba a pasar. Pero él parecía sorprendido. Todavía no sé si de verdad o ya había previsto la futilidad de todo aquel encanto.

En cualquier caso, Jane dejó Venecia, un poco más madura por la experiencia, un poco más triste por la pérdida. Y eso es lo que cuenta.

Foto: Katherine Hepburn en un fotograma de Locuras de verano (Summertime) (David Lean, 1955)

viernes, 10 de octubre de 2008

Y al que no le guste...

Me miran raro porque aunque llueva torrencialmente, si no llevo paraguas, no me paro. Sigo adelante empapándome la ropa, el pelo y los pies mientras la gente espera en los portales, bajo los techos, dentro de las cafeterías. Pero no se les ocurre que voy directa a casa y en cuanto llegue me quitaré la ropa mojada y me ducharé con agua caliente, ni que después de un día de trabajo lo último que necesito es que nada ni nadie me siga reteniendo donde no quiero estar, o que caminar por los jardines de Pereda con el cielo luminoso de las siete y media de la tarde, las gotas incesantes, el suelo limpio y reluciente y nadie a la vista es toda una delicia. O que igual son ellos los que se asustan por una tontería y no es que yo actúe como una aventada.

Lo mismo ni me están mirando. Igual es por el cansancio que provoca tanto sueño atrasado.

A Javi

Javi era mi claro favorito, de entre los Downs y no Downs. Dicen que era mi favorito porque yo también era su favorita, y seguro que es verdad.

El mimado y señorito Javi, al que había que separarle la comida, porque no tomaba lo mismo que el resto, que se quejaba (con razón) de que las monitoras no le trataban como se merecía, que no dejaba sus crucigramas ni de día ni de noche.

El lúcido y entrañable Javi. La persona que siempre tenía una palabra de cariño que dedicarme, que durante las duras jornadas de un trabajo que detestaba y una situación que detestaba aún más, me dedicaba amplias sonrisas desde su asiento, llenándome de alegría.

El Javi de las carcajadas interminables. Que esa noche cantó Bailar pegados en el karaoke y me la dedicó con una emoción tan limpia y sincera como sólo saben transmitirla quienes están necesitados de mucho más afecto y comprensión que el resto.

Dicen que se va a casar. Ojalá sea cierto, porque desde que le conocí, ese era su mayor deseo. Suerte, Javi.