lunes, 18 de mayo de 2009

Puzzle of My Heart

La bruja de Hansel y Gretel al lado de su casa, Bambi y Tambor en el bosque, Mowgli en las ruinas donde vive King Louie, dálmatas y todo tipo de perros entre números enseñándonos a contar, animales anónimos inmersos en escenas cotidianas, duendes retratados en sus quehaceres diarios... Todos formaron parte de un imaginario fragmentado que sigue intensamente vívido en mi memoria: el de los puzzles de mi infancia.

Piezas una y mil veces montadas y desmontadas, que últimamente están presentes de forma individual o colectiva en los retazos oníricos que me asaltan por sorpresa, convirtiéndose enseguida en deja vu intensos, confusos e incluso físicamente dolorosos.

Ellas no los inician, pero de alguna manera los encabezan, su presencia es continua y principal. Creo que reclaman desde esa posición una atención que ya no les puedo prestar, porque no están conmigo, porque son otras pequeñas manos quienes ahora las manejan y disfrutan y además eso ocurre probablemente cerca de su antigua morada.

lunes, 11 de mayo de 2009

Yo soy sinestésica, ¿y tú?

El mundo visual es mucho menos definido y estable de lo que se suele suponer.
Al igual que la cámara fotográfica, el ojo selecciona su mundo óptico por causas psicológicas, estrategias cognitivas erróneas o condicionamientos culturales y es imposible decir qué experiencia visual se debe o no a los recuerdos. Nuestra reacción ante el mundo visible no es primariamente cognitiva, nos pueden activar muy diversos estímulos. Además, el observador, al mismo tiempo que ve, comprende, porque “está condenado al sentido”, como dice Merleau-Ponty en el prólogo a su Fenomenología de la percepción. Y es que los seres humanos vemos así porque nuestra mente tiene ciertas características que la configuran como es, mecanismos que a su vez han sido forjados gracias a lo que hemos percibido anteriormente. Algunas de nuestras ideas se deben a lo que vemos porque cuando miramos entendemos, procesamos y memorizamos, gracias a lo cual sabemos. Y las cosas que sabemos nos hacen percibir de manera diferente. Lo que vemos y lo que "pensamos" está tan interconectado entre sí que lo uno sin lo otro carece de sentido.
Dejando a un lado otras reflexiones importantes como la diferenciación entre espejo y mapa (distinción que sin embargo sirve de cimiento para mi comentario), las anamorfosis, nuestro similar procesamiento de representación en perspectiva (teoría del cono visual) y los mapas, la victoria de los elementos invariantes a la hora de captar las representaciones visuales, el fenómeno de la ocultación o nuestra postura contemplativa hacia pinturas y fotografías, me centraré para este comentario en la idea de la flexibilidad de las apariencias.

El tema de la apariencia y la esencia tiene reminiscencias de la parte de la filosofía de Kant que se refiere a la estética trascendental. El filósofo prusiano diferencia entre fenómeno y noúmeno. Con el primer término designa lo que se manifiesta directamente a los sentidos, que puede ser objeto de una observación empírica. Para Platón, además, dado el carácter secundario de la realidad sensible, (mera copia de las esencias), el término adopta el significado de “apariencia”, en cuanto lo sensible es distinto de la verdadera realidad. En Kant, el fenómeno es la realidad tal como la conocemos, estructurada por nuestras formas de representación y a partir de las formas a priori “espacio” y “tiempo” aplicadas a las intuiciones empíricas. Se opone así a lo que la realidad es “en sí misma”, al margen de nuestro modo de conocerla y objeto del conocimiento racional, a la que denomina noúmeno. Gombrich se pregunta en este capítulo qué apariencia tienen los objetos cuando no los observamos, algo imposible de saber porque nuestro conocimiento sobre las imágenes siempre proviene de una observación subjetiva.

Escribe Gombrich: “Tanto en la realidad como en las fotos podemos (…) contemplar de diversas maneras estos fenómenos distantes. Pueden adquirir toda la (…) variabilidad propia de nuestras hipótesis visuales inconfirmables.”

La lectura de El espejo y el mapa me hace pensar cuánto de lo que vemos (o creemos ver) está realmente ahí y cuánto es subjetivo y variable según quien lo mira. Me plantea la duda de cómo sabemos que lo cierto no es lo que cada uno ve. ¿Por qué la visión de los animales no es la “correcta”? ¿Porque es “distorsionada” respecto a la nuestra? Las personas (con diferencias según las culturas) hemos aprendido a ver de una determinada manera, lo que no significa que esa sea la “correcta” o más “real”. Rizando el rizo surgiría otra pregunta: ¿es la propia realidad una ilusión óptica producida por el empeño humano en querer comprenderlo todo?

Gombrich y Kant, cada uno desde su disciplina, expresan que no podemos captar la esencia de las cosas, no llegamos a saber lo que “en realidad” son, sino que sólo conocemos sus “simulacros” ¿Alguien ha establecido que la página de un periódico impresa en blanco y negro sea percibida en blanco y negro por cualquier persona? Sin entrar en el daltonismo, mi experiencia demuestra que no necesariamente. Hay gente que puede percibir esa página en color. Y no precisamente porque QUIERA percibirla así.

Las diferencias perceptivas entre personas no sólo se producen a la hora de mirar fotos, cuadros… polivalentes (ilusiones ópticas por ejemplo), sino que ciertas imágenes que parecen tener una sola interpretación, que por lógica todos deberíamos percibir del mismo modo, pueden sorprender.

Desde que era pequeña la serie de números del 1 al 9 aparecía así en mi cabeza y aún hoy me parece inconcebible de otro modo: 1 2 3 4 5 6 7 8 9. Las vocales (por no colocar todo el alfabeto) son para mí de estos colores, de manera también subjetivamente inamovible: A E I O U. Y con las notas musicales me ocurre otro tanto de lo mismo: DO RE MI FA SOL LA .

Percibo esos colores aún cuando se trate, por ejemplo, de números negros escritos sobre una hoja blanca. Mi vista lee negro pero interpreta otro color. Un número de móvil me puede parecer más estético que otro según los colores que para mí representen las cifras que lo componen. Y esa es la “realidad” que yo veo, tengo casi tan claro que la “A” es roja como que el cielo es azul. Este hecho resulta inexplicable e incluso ridículo para mucha gente.

No se trata de una relación como las que se pueden establecer a la hora de memorizar (unir canciones a las lecciones de una asignatura para acordarse mejor, por ejemplo), sino de algo involuntario e inevitable. Hasta hace poco, al pensar en este fenómeno, consideraba que se trataba de una simple excentricidad causada por los estímulos coloristas que pude recibir en mi entorno mientras aprendía a leer.

Sin embargo, recientemente he descubierto que tiene nombre y que el mío no es un caso aislado. Una de cada 2000 personas relacionamos casi innatamente las letras, los números, los nombres... con colores convirtiéndonos de esta manera en sinestésicos. Este tipo de asociaciones estables funcionan como diccionarios, porque un estímulo siempre provoca la misma percepción y siempre de manera involuntaria.

Dejando a un lado la figura retórica empleada en Literatura del mismo nombre, la sinestesia como fenómeno de la psicología de la percepción tiene multitud de modalidades. Lo más común es relacionar grafías y colores, pero es también habitual hacer corresponder colores a unidades de tiempo o sonidos. Asimismo, un sinestésico puede percibir sensaciones gustativas al tocar un objeto con determinada textura o sentir que su piel es presionada al contemplar un objeto cualquiera pero también puede ver un rojo más intenso cuando un sonido se vuelve más agudo, o tocar una superficie más suave le puede hacer saborear un sabor más dulce. Existen decenas de tipos de sinestesias, pero la que interesa para el tema que nos ocupa (y la que yo experimento) es la que pone en conexión la visión con algún otro sentido.

Considerado por algunos científicos como un trastorno perceptivo y por otros como un plus de riqueza sensorial, todavía se desconocen las causas que lo producen pero se cree que puede originarse en la infancia, ya que los bebés perciben el mundo de forma sinestésica y en algunos casos, al crecer, la percepción de los sentidos no se separa cuando debería hacerlo naturalmente. Algunas partes del cerebro que perciben los colores están demasiado próximas a las que procesan el habla, el lenguaje y la música.

Peter Grossenbacher, el investigador de la sinestesia más destacado en EE.UU, señala que "tendemos a suponer que la realidad es igual para todos y la sinestesia nos muestra que las personas que nos rodean pueden tener una experiencia diferente del mundo".

Si en algo tan supuestamente “obvio” como puede serlo que los números se perciban del color que se les dibuja hay “divergencias” a causa de mecanismos cerebrales, qué no puede ocurrir con el resto de objetos percibibles, y no digamos ya, con los expresamente concebidos para dar lugar a múltiples interpretaciones.




Partiendo del libro Arte e Ilusión de Ernst Hans Josef Gombrich (Laura, 2006)

martes, 5 de mayo de 2009

3 Car Garage

Tras el maravilloso descubrimiento de Mmmbop y todo el Middle of Nowhere -sobre el que otro día escribiré-, tocaba conocer los orígenes, saber qué habían publicado antes esos niños a quienes les dio por escuchar los clásicos del rock'n'roll de los 50 y 60, aprender a tocar instrumentos y componer su propia música de manera profesional. Y desde aquel, ninguno de sus discos ha defraudado.