Dependía de los ojos. El secreto del amor estaba en los ojos, en la manera que tenían las personas de mirarse unas a otras, en la manera en que se comunicaban y se hablaban los ojos cuando los labios estaban inmóviles. Los ojos de Chris me habían dicho más que diez mil palabras.
Y no era únicamente su forma de tocarme y acariciarme tiernamente; era la forma de tocarme al tiempo que me miraba de aquella manera, y ése era el motivo de que la abuela nos hubiese impuesto la regla de no mirar el sexo opuesto. Saber que aquella vieja bruja conocía el secreto del amor... También ella pudo haber amado, no, ella no, aquella mujer de corazón de hierro, rígida como el acero... sus ojos nunca hubieran podido mirar con suavidad.
Y entonces, a medida que ahondaba más y más en aquel tema, me di cuenta de que había algo más que los ojos; era lo que había detrás de los ojos, en la mente, un deseo de gustar, de hacer feliz, de dar goce, de quitar la soledad de no conseguir jamás que otros comprendan lo que uno quiere hacer comprender. El pecado, en realidad, no tenía nada que ver con el amor, con el verdadero amor.
Virginia
Foto: fragmento de una de las portadas de Flores en el ático (V. C. Andrews, 1979)
A saber que habría hecho Wes Craven si le hubieran dejao... fijo que mejor que la adaptación que hicieron al final.
ResponderEliminaryo me invento la secuela si eso con el hijo de Virgnia y Chris. Flores en el Ático 2, de vuelta al desván
Es que lo que no es posible es una adaptación peor que la que hicieron...
ResponderEliminarPor cierto, ya le hubiera gustado a Virginia conocer a Chris.